Leer es una función personal y el sentido que se le atribuye a un texto es absolutamente propio e intransferible, por eso el adulto no puede leer en lugar del niño. Entonces, ¿cómo contribuye la escuela a la formación de lectores? Lo hace creando en el aula las condiciones adecuadas: al generar situaciones en las que la lectura resulta significativa, el alumno construye estrategias que lo llevan a comprender y disfrutar de lo que lee.
La creación de un espacio de lectura permanente de textos literarios en la institución educativa facilita un proceso de construcción conjunta: el maestro y los alumnos pueden compartir progresivamente universos de significados cada vez más amplios y complejos, y al mismo tiempo dominar procedimientos específicos. De este modo los alumnos serán lectores cada vez más competentes.
La formación de lectores autónomos es un objetivo que debe ser sostenido a lo largo de todo el recorrido escolar desde el nivel inicial, y en los diferentes ciclos educativos. Por lo tanto, como se trata de un proceso de construcción, se resolverá adecuadamente en el tiempo, no de una sola vez, y si bien es el alumno el protagonista principal, serán los adultos los que realizarán el “andamiaje” (1) necesario para que la escuela sea un lugar privilegiado para la formación de lectores.
La lectura responde a una necesidad
En la lectura confluyen tres elementos: el lector, su necesidad o propósito de lectura, y el texto. En la siguiente lista se resumen los propósitos de lectura que se presentan con más frecuencia en la escuela:
- Leer para aprender.
- Leer para entretenerse o por placer.
- Leer para ampliar un concepto.
- Leer para resolver un problema.
- Leer para revisar el propio texto.
- Leer a otros lo que se ha escrito.
- Leer para comunicar algo a un auditorio.
- Leer para obtener una información precisa.
- Leer para seguir instrucciones.
- Leer para obtener una información de carácter general.
- Leer para practicar lectura en voz alta dentro de un proyecto que así lo requiera.
- Leer para dar cuenta de lo que se ha comprendido o de lo que no se entiende.
En cada situación real de lectura, el lector elige la forma más adecuada a las circunstancias: lee de manera silenciosa o en voz alta. En el aula se presenta la necesidad de crear situaciones didácticas en las que la práctica de ambos tipos de lectura brinde al alumno condiciones de aprendizaje satisfactorias, que no lo pongan en evidencia por sus dificultades sino por la satisfacción ante sus logros.
El siguiente esquema muestra situaciones que requieren la lectura silenciosa.
LECTURA SILENCIOSA |
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La lectura en voz alta también requiere un marco que encuadre la actividad en un contexto significativo: una situación en la que el alumno encuentre sentido a las acciones que realiza. Entonces, ¿cuándo leer en voz alta?
LECTURA EN VOZ ALTA |
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(1) Ricardo Baquero (en Vigotsky y el aprendizaje escolar, Aique, 1996) analiza la relación entre la “zona de desarrollo próximo” y la metáfora de “andamiaje” utilizada por David Wood, Jerome Bruner y Gail Ross en “The Role of Tutoring in Problem Solving”, para explicar el papel que tiene la enseñanza respecto del aprendizaje del alumno. Así como los andamios se sitúan siempre un poco más elevados que el edificio a cuya construcción contribuyen, los retos que constituyen la enseñanza deben estar un poco más allá de los que el niño ya es capaz de resolver. Pero del mismo modo que una vez construido el edificio el andamio se retira sin que nada se derrumbe, también las ayudas que caracterizan a la enseñanza deben ser retiradas progresivamente a medida que el alumno se muestra más competente y puede controlar su propio aprendizaje, es decir que ya realiza un uso autónomo de lo que aprendió.